El miedo en los cuentos de miedo

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De niño yo era un poco “miedica”. Viendo la televisión me pasaba la mitad del tiempo detrás del sofá. Recuerdo en especial tener mucho miedo a unos muñecos llamados “Diddymen”, cuyas miradas me provocaban terror. Igualmente los variopintos monstruos del “Doctor Who” provocaban la migración de todos los cojines al espacio detrás del sofá, desde donde veía los programas entre los dedos.

Sin embargo en la lectura no fue así. Devoraba cuentos terroríficos como los de “Struwwelpeter”, o los hermanos Grimm. Me encantaba leer sobre gigantes, ogros, brujas, lobos; básicamente cualquier monstruo cuyo principal fuente de alimentación fueran los niños. Y la reina de todos era “Baba Yaga”. Más tarde con mi hijo, volvimos una y otra vez sobre el mismo terreno contando los mismos cuentos hasta improvisar con ellos. El lobo de Caperucita ha tenido 100 voces, 100 atuendos llegando a decir a la niña con vozarrón de ultratumba “Caperucita, yo soy tu padre“. El miedo así se conjuraba.

Necesitamos nuestros monstruos. Los miedos y las pesadillas de cualquier niño son naturales, el proceso de imaginar cosas que nos provocan miedo nos ayuda a ensayar ese miedo y a conquistarlo, o mejor, aprender a vivir con ello. Los cuentos de miedo proporcionan esa oportunidad de vivir y sobrevivir al miedo, y por ello forman parte de una educación emocional completa.

Sin embargo, cada niño es distinto y lo que a uno le puede provocar risa a otro le provoca terror. Mientras la co-lectura ayuda mucho a conjurar el miedo, es complicado acertar la línea divisoria entre miedos manejables y miedos que nos superan. Creando la colección Batiscafo en el Mar hemos tenido que tratar este asunto. Contaremos más en el próximo post.

 

Vasilisa

 Vasilisa fuera de la cabaña de Baba Yaga, ilustrada por Ivan Vilivin (1902)

 

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