“¿Ahora qué hago?” dijo. “No tengo donde dormir y mis amigos se han ido a construir nidos a otras casas. No sabré encontrarlos antes del anochecer.”
“Si quieres puedes entrar en mi desván, hay mucho espacio y sólo vivimos las arañas y yo, y no creo que ellas te molesten” sugirió Norberto.

Así que Lubeta se metió por el agujero y se acomodaron entre unos trapos viejos. Se oyeron ruidos de pequeñas patas corriendo hacia los rincones.

Ninguno de los dos durmió aquella noche. Tenían cada uno la cabeza llena de pensamientos del otro y de todo lo que habían hablado.