
Norberto vivía tranquilo en su desván. Desde un agujero en la pared, donde el techo inclinado se encontraba con el suelo, podía ver unos árboles y el cielo azul, y le gustaba sentarse ahí por las mañanas y dormitar al sol.
Le gustaba ver bailar a las motas de polvo en los rayos que penetraban por el agujero.
Las arañas que habitaban también en el desván consideraban que Norberto era un poco perezoso y solían susurrar las unas a las otras su desaprobación desde sus rincones.
Pero Norberto no hacía caso, en general se llevaba bien con ellas, y disfrutaba complaciente de sus mañanas al sol.